lunes, 20 de junio de 2011

jueves, 16 de junio de 2011

Bobes: la leyenda continúa (I)

José Tomás Rodríguez y de la Iglesia, porque éste era su verdadero nombre si nos atenemos a los primeros registros que se hicieron. El Bobes que usó no era un seudónimo, era simplemente el segundo apellido de su padre, aunque nos queda la duda de pensar si no formaba parte de un apellido compuesto, como Rodríguez de Bobes, ya que incluso Jovellanos como se verá, en sus apuntes más de una vez se refiere a él como Bobes simplemente. No está históricamente suficientemente contrastado, pues nacido en Oviedo el día 18 de setiembre de 1782, fue bautizado en la iglesia de San Isidoro el Real y asentado en los libros que dos años antes se habían habilitado a modo de registro parroquial. En éste consta claramente que, José Tomás era hijo de Manuel Rodríguez Bobes y de Manuela de la Iglesia. Así como consta también, que su padre era natural de la parroquia de San Tirso el Real y su madre, como es obvio por el apellido era una humilde expósita.

Es en la calle del Postigo donde transcurren los primeros años de su infancia, en compañía de su madre y sus dos hermanas María y Josefa. Cinco años de edad tenía el futuro forjador de una leyenda cuando falleció su padre, quedando el resto de la familia en cierto desamparo. Es precisamente esta precariedad, la que impulsa a la madre a trasladarse con su prole a Gijón, donde residen en casa de una amiga costurera. Hay dos factores determinantes en este cambio de vida, una de ellas es la proximidad del mar, que hará del niño un futuro marino. La otra, es Jovellanos, que fundará el Real Instituto Asturiano en esa ciudad, el día 7 de enero de 1794. Dos años más tarde solamente, Tomás Bobes como se le conocería, se matricula en la sección de Náutica. En esta sección eran obligatorias las disciplinas de Cosmografía, Astronomía, Navegación y Maniobra.

Para curiosos de datos históricos diré, que el director del Instituto era don Francisco de Paula de Jovellanos, capitán de navío de la Real Armada, hermano de Gaspar Melchor de Jovellanos, y sus profesores fueron don diego Cayón que enseñaba Cosmografía y Pilotaje, don José Hermida que daba Náutica y don Cayetano Fernández Villamil que impartía Matemáticas. Dos años después José Tomás se presentará a los exámenes finales, que aprueba con no excesiva holgura. Baste decir que tras ellos, Jovellanos apunta en sus “Diarios: mi hermano está muy contento de todos, aunque flojo Bobes”. No debía ser tan flojo nuestro paisano, ya que unos meses más tarde, se presenta a los exámenes oficiales en El Ferrol - una especie de reválida obligatoria- para ser piloto de segunda clase. Y los aprueba.

Tras estos estudios, reválida y regreso a Gijón, viene la parte más oscura de su incipiente vida como marino. ¿Participó Bobes en la batalla de Trafalgar? Aquí es donde los autores de biografías e historiadores no consiguen ponerse de acuerdo. Por ejemplo, uno de sus biógrafos, Bermúdez de Castro afirma: “Muertos, prisioneros o desaparecidos, los oficiales mueren con ellos las oportunidades de certificar los servicios de Bobes y el paradero de su documentación”. Por lo tanto Bermúdez de Castro ni lo afirma ni tampoco lo niega, deja entrever eso sí, que es muy posible que allí hubiera estado. Mi sincera opinión es que nunca participó en los hechos de armas de nuestra Marina en Trafalgar. Una de las razones sería, que dado que la alianza de la escuadra española y la francesa ante el enemigo común, Inglaterra, formaba un importante conjunto de navíos de guerra, es poco probable que barcos mercantes hubiesen servido de apoyo o de nodrizas en tal ocasión. Cuando una escuadra se prepara para el combate inminente, es lógico que se encuentren lo mejor pertrechados posibles no sólo de armamento y pólvora, sino también de suministros de boca y recambios para los buques que resultarán dañados. La presencia de barcos mercantes en las proximidades no haría más que entorpecer las maniobras o distraer fuerzas dedicadas a su custodia. Por otra parte, en la Armada española, bien es sabido que para formar parte de la oficialidad, era necesario demostrar un linaje nobiliario, requisito sin el cual no se podía acceder a la escala de mandos. Bobes por mucho que nos empeñemos no lo era, así que no pudo verse involucrado en combate alguno en dicha batalla. Y como prueba definitiva están las imposibles coincidencias de fechas, ya que Trafalgar sucede en 1805 y ya en 1804 se sitúa a Bobes como piloto en las costas venezolanas.

Siguiendo con su carrera en el mar, podemos recurrir al testimonio de don Benito Martínez Somonte, arcipreste de la Diócesis de Oviedo, que fue capellán del Rey en los correos marítimos y que conoció a Bobes y otros marineros que en estas líneas prestaban servicio. Lo cierto es, que todos los autores coinciden en situarle algún tiempo después como primer piloto en el bergantín “El Ligero”, perteneciente a la empresa Plá y Portal, que se dedicaba al transporte de mercancías con ultramar, además de hacer parte del servicio regular que todo navío hacía entre España y América como buque-correo. Aquí también llegamos a una polémica que puede explicarse desde la óptica de lo razonable, ya que algunos autores - generalmente venezolanos- se empeñan en decir que ejercía como pirata en aguas americanas. ¿Pirata? Olvidan que un acuerdo vigente e impuesto por los ingleses, restringía el comercio entre las costas venezolanas y las Antillas a los productos como carne, pieles o ganado vivo, reservándose en exclusiva para ellos. No hay duda que el bergantín de Bobes contrabandeaba con todo descaro saltándose la normativa, hasta que fue apresado y puesto a disposición de las autoridades españolas en La Guaira. Contrabandista seguro, corsario no tan seguro, pero pirata de ningún modo. La acusación de practicar el corso, la defendió con la vehemencia que le era natural, José Evaristo Casariego en su día, argumentando que en todo caso el hecho de ser corsario es una de las maneras más arriesgadas de servir a la Patria, contribuyendo así a mermar las fuerzas marítimas de Inglaterra secular enemiga de España por aquel entonces. Cualquiera con una mínima idea de las leyes penales de aquella época sabe, que el capitán de un buque condenado por piratería era ahorcado irremisiblemente, cosa que no sucedió.

Lo que sí ocurrió es que las autoridades españolas, ante la presión ejercida contra ellos, optaron por la solución más fácil: internarlo en la prisión de Puerto Cabello. Sólo la reiterada y oportuna intervención de la familia Jove, con quienes Bobes mantenía una amistad sólida y sus reiteradas solicitudes, lograron que fuera conmutada la pena de cárcel por la de deportación. Fue enviado con este fin a una ciudad de los llanos cercana a la costa de Barlovento. La pequeña ciudad se llamaba casualmente Calabozo y, habría de ser testigo privilegiado de cómo allí, Bobes se alzó contra aquellos que lo apresaron, maltrataron y desposeyeron injustamente de todos sus bienes.

Los hechos comenzaron simplemente, con un cúmulo de desaciertos por parte de los insurrectos independentistas. No eran pocos los españoles y criollos que residiendo en Calabozo, habían visto con buenos ojos la iniciativa de buscar la independencia de España, para regirse ellos mismos de acuerdo con las libertades imperantes desde la Ilustración y la Revolución Francesa. Eran por tanto proclives desde el primer momento al movimiento emancipador surgido en Venezuela. Ya habían advertido con tiempo suficiente los asturianos Campillo y Flórez Estrada que, para mantener a salvo la unidad con los pueblos de América, había que ser flexibles, prácticos y justos. Recomendaciones que cayeron en el olvido, en la desidia o en todo caso fueron desdeñadas. Incluso la declaración de la Junta Central española diciendo que los pueblos americanos “son nuestros, nuestros no como siervos, esclavos o súbditos, sino como hijos” llega también demasiado tarde o no llega con la claridad necesaria. Y en todo caso, eran declaraciones dirigidas a los criollos, no a los indios o negros que aquellos territorios habitaban. Lamentable error. Bobes, aunque partidario prudente de la independencia, era en todo caso un español, y se suponía que los españoles deberían permanecer fieles a lo que en la península se decidiera. De todos modos, frustradas las esperanzas de los primeros días, víctimas muchos de los excesos de los insurrectos y olvidados otra vez los desheredados y los menesterosos, fracasaría el empeño de la independencia, tomando Bobes partido por él y por los suyos, siendo a la postre los mejores valedores y sostenedores del realismo americano.

Se acababa 1812 cuando el oficial republicano Juan Escalona llegó a Calabozo al mando de un contingente armado. En la pequeña ciudad llanera sólo había un pequeñísimo destacamento que desapareció como por ensalmo a la llegada de este contingente. Los republicanos querían incorporar a sus filas nuevos soldados y también necesitaban dinero y caballos para sus regimientos. Bobes y su entorno conocen de inmediato la noticia. Es Tomás Bobes propietario de una pulpería en la ciudad, esto es, un almacén de suministros de toda índole, una especia de bar-tienda a nuestro estilo que realiza un comercio a gran escala. Trae el asturiano todos los géneros que necesita hasta el corazón de los llanos en recuas que los transportan, comercia con ciudades y puertos donde llegan las mercancías que busca y tiene ya en marcha un negocio próspero y floreciente. Es ya Bobes un llanero más, un hombre de a caballo, un jinete que se interna en la amplias llanuras para comprar y vender reses, caballos y mulas. Le precede sobre todo su fama de comerciante honrado y siempre fiel a la palabra dada. Esto es todo los que necesitan los duros llaneros para confiar en él. Son Escalona y su brutalidad el detonante de los acontecimientos que vendrían de inmediato, ya Bolívar había apodado a este oficial como “el canalla de Escalona”, lo que nos da una idea de su catadura. Dice Madariaga de este suceso: “Una provocación vino entonces a transfigurar al negociante en caballos en un caudillo de caballería y en un monstruo de crueldad”.

Son los españoles los más propicios en ser víctimas de las requisas y las exigencias, así que no es de extrañar, que Bobes siendo ya próspero en todos los sentidos no fuese de los primeros a quienes se les urgiese una contribución desmesurada a la causa y por lo que sabemos, con muy malos ademanes y modales. Pero no es Bobes de los que han nacido para obedecer, para ser mandados y dirigidos y menos, para consentir una expoliación injusta y arbitraria. Todos los esfuerzos de Escalona se estrellan contra su obstinación, Bobes no estaba dispuesto a obedecer órdenes de nadie, él elegiría su camino y daría las órdenes que fuesen necesarias y justas como había hecho hasta ese día. Bobes fue detenido, cargado de cadenas y confinado en un inmundo calabozo de la ciudad. De nuevo puesto ante el jefe insurgente Bobes se niega, Escalona abofetea a Bobes aherrojado por los grilletes y lo cubre de insultos y vituperios de toda índole. No sabe lo que ha hecho. Vuelve a decir Madariaga: “Aquellas bofetadas iban a costar a Venezuela ríos de sangre”. Palabras proféticas como se vería muy pronto.



Gerardo Lombardero