domingo, 11 de noviembre de 2012
SOBRE LOS SINDICATOS
Más de casta que de clase; por Ramón Tamames.
Antes y durante la transición a la democracia creo que fuimos muchos los que en España preconizábamos y apoyábamos la idea de unos sindicatos libres –recuerdo mis largas conversaciones al respecto con Marcelino Camacho, de CC OO, y también algunas con miembros de UGT y USO– , en un cauce de cambios que finalmente, tras los pactos de La Moncloa de 1977, en los que tuve el honor de participar, condujeron a nuestra Constitución de 1978. En su artículo 7 se reconocen los sindicatos en su contribución «a la defensa y promoción de los intereses económicos que les son propios».
Después vinieron una serie de leyes (la Básica de Empleo, el Estatuto de los Trabajadores), y fuimos viendo cómo los sindicatos dejaron de ser gradualmente las «correas de transmisión» características de los viejos planteamientos leninistas. Sin embargo, esa liberación de viejos atavismos no significó que hoy los sindicatos sean formaciones eficaces y eficientes. Por el contrario, perdidos los impulsos del cambio político, los sindicatos, hoy, tienen mucho de castas defensoras de sus cargos, que se alargan indefinidamente en el tiempo. Y en vez de financiarse con las cuotas de los afiliados, reciben importantes subsidios de una u otra forma del Estado y, a fin de cuentas, del contribuyente.
Nuestros sindicatos actuales y, muy en especial, las dos centrales que inciden en todo el panorama laboral, carecen en alto grado de transparencia. Su afiliación no se conoce bien, y aún menos cuántos de los inscritos en ellos pagan sus cuotas. Así las cosas, en una reciente visita de la señora Merkel, que llegó a Madrid con sindicalistas de su país, éstos no llegaron a entender cómo los sindicatos españoles dependen por entero del Estado para simultáneamente influir en él. Por eso, una primera recomendación: si en los planes de ajuste se ha planteado ya recortar las subvenciones al sindicalismo y a la CEOE en un 20%, ¿por qué no se fija ya una fecha para la definitiva supresión de tales canonjías?
Los sindicatos se han convertido en organismos cuya finalidad esencial es mantener sus cargos, sus ingresos y su superestructura de empleados, liberados, empresas propias, etc. Y todo ello, con sus «círculos internos», en la línea de lo que explicaba Mitchel en 1914 al referirse a los partidos políticos. O no muy lejos de lo que ulteriormente planteó el premio novel de Economía James Buchanan con su doctrina de la «elección pública», cuando el instrumento de defensa de intereses generales se convierte en un mecanismo tras sus propios gestores. Y ahí viene una segunda recomendación: si persiguen los mismos fines UGT y CC OO, ¿por qué no se unen de una vez y dan un ejemplo de eficacia y eficiencia en vez de duplicar cargos y toda clase de gastos? Muy sencillo: porque cuantos más cargos sindicales y liberados, mejor para la burocracia sindicalista.
Por otro lado, es evidente que a nadie en le mundo sindical y lamentablemente, hasta ahora, en el Ministerio de Trabajo o Empleo, nadie quiere saber lo que realmente está sucediendo en el mercado laboral español; que carece de toda transparencia. Se sabe que puede haber en torno a un 20% de economía sumergida. Pero ni la Administración ni los sindicatos quieren saber si puede haber más de dos millones de personas laborando fuera de cualquier estadística, con toda clase de subterfugios.
Si todo lo anterior es preocupante, no lo es menos el hecho de que los sindicatos no han superado muchas referencias del franquismo social, derivadas de la protección heteronómica que significó el inicio de la Seguridad Social en la década de 1940, los despidos de 45 días por año trabajado, la cota de 1.200 días de indemnización posible, las magistraturas de trabajo, etc. De modo que ,como novedades de la democracia, tenemos la lamentable realidad de que un PER imaginado en lo mas duro de la crisis de los choques petroleros de la década de 1980 se perpetúa perversamente en un mercado agrolaboral con toda clase de deficiencias.
Lo cual conduce, junto con otros aspectos imposibles de detallar aquí, a una auténtica «resistencia de volver al trabajo» por lo prolongado de las prestaciones de paro, y la insuficiente diferencia entre salario y prestación, y otras características como la falta de rigor del INEM en su frustrada función de gran oficina de empleo.
Faceta también inquietante es la negociación colectiva introducida en el franquismo en 1958, y que después no ha sido suficientemente aquilatada, lo que ha conducido a convenios económica y sociológicamente disparatados, que la mayoría de las empresas no pueden soportar y que han obligado a una nueva situación en la reforma laboral de este año; que, por cierto, no está en su mejor situación por inconcreciones y vericuetos judiciales.
Con todo, lo que me parece más problemático de nuestro sindicalismo es que no enfatiza nunca las cuestiones de productividad y competitividad. En otras palabras, ni se plantea la necesidad de otro tipo de cambio del euro, ni la relación salarios-rendimientos, ni preconiza la cultura del esfuerzo (considerada más bien como un anti hedonismo explotador) ni promueve tampoco la transformación de autónomos y trabajadores en empresarios; porque sería como si se marcharan del redil.
Esas actitudes antiproductivistas, que no tienen en cuenta que vivimos en una economía globalizada, se evidenciaron más que nunca con la crisis que atravesamos. Y en esa dirección, los secretarios generales de UGT y CC OO funcionaron desde 2008 hasta 2011 como verdaderos «ministros sin cartera» de don José Luis Rodríguez Zapatero, frenando toda clase de reformas.
No he oído nunca a los sindicatos, en sus discursos del Primero de Mayo o en las proclamas de las sucesivas huelgas generales hablar de la auténtica tragedia de la desagrarización de España (por una PAC que se vende a los grandes países agrarios), ni sobre la no menos impactante desindustrialización, en este último caso, ignorando el ejemplo de Alemania, de cuando el canciller Schröder planteó que los productos alemanes de calidad no podrían externalizarse ni en China ni en Cochinchina. En cambio por estos pagos se ha consentido el cierre de empresas, y la cuasidesaparición de sectores industriales enteros, a base de conseguir jubilaciones anticipadas, hasta 60 días por año trabajado en algunas empresas publicas, etc: «Pan para hoy y hambre para mañana».
Y, por último, «la joya de la corona sindical»: el método de la huelga general, que se plantea con manifestaciones de sindicalistas, liberados, etc. Con mucha banderola al viento y ninguna bandera de España, porque se ignora que es una de las más viejas del mundo, desde que la instauró Carlos III en 1785. Un método que preconiza cambiar la política económica sin darse por enterados, los lideres de vocación perpetua del sindicalismo actual, de que estamos en el club del euro; y de que si no se observan sus reglas y parámetros estaríamos abocados a salir de la eurozona en lo que sería la mayor catástrofe de nuestra historia económica. Pues claro que lo saben, pero en vez de contribuir al ajuste y hacerlo más inteligente, lo único que plantean es rechazarlo, en busca de una política de vuelta a lo anterior, que originó en gran medida la desastrosa situación de noviembre de 2011.
En resumen, tenemos unos sindicatos obsoletos, más bien de casta que de clase, por su permanente obstrucción a modernizar el país. Todo eso no puede continuar, y por ello es necesaria también una reforma sindical a fondo, para que los trabajadores tengan un horizonte de progreso en vez de mediatización y declive económico a largo plazo en el mundo globalizado en que vivimos.
Ramón Tamames
Catedrático de Estructura Económica
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