Ser disidente, es llevar una espada de luz, por los laberintos de la edad oscura.
Ser disidente, es sentir a cada paso la soledad de la estirpe, aprentando nuestros corazones.
Ser disidente, es optar por las alturas, y tambien por los abismos.
Ser disidente, es tallar escrituras sagradas, sobre nuestra piel.
Ser disidente, es arrojarse sobre el acero desnudo de una espada.
Ser disidente, es volver siempre a las ciudades perdidas.
Ser disidente, es haber perdido el sol de la Atlántida, y recobrarlo en los hielos lejanos del sur.
Ser disidente, es ver el rostro de hueso de nuestros muertos, como un espejo blanco en las tinieblas cotidianas.
Ser disidente, es disentir con los dioses, si estos, nos son adversos.
Ser disidente, es ocupar calles, hasta dominarlas.
Ser disidente, es el mármol, el musculo, la piedra, el fuego, la montaña y los caminos.
Ser disidente, es el últimos lobo de Europa en la caverna, la última aguila dormida en la alturas, el ciervo bramando en la profundidad de los bosques.
Ser disidente, es dormir sobre puñales, y despertar iluminado por los ojos de los niños, de Dresde, de Berlín, de Hiroshima.
Ser disidente, es asediar el tiempo del silencio con banderas que estallan acercándose en el viento.
Ser disidente, es ser siempre el último en retroceder, y el primero en avanzar.
Ser disidente, es ser el último hombre en pie, si es necesario, con el sol por testigo y la llama eterna de los nuestros por bandera.
JUAN PABLO VITALI
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