Aquel día llegaba a Asturias, junto a las noticias sobre los sucesos del dos de mayo en la capital, un bando del general Murat imponiendo la autoridad francesa. En ese momento estalló el rechazo contra tales pretensiones, produciéndose un levantamiento popular que impidió a la Audiencia la publicación de tan vergonzosas órdenes. Entre los alzados, y parte fundamental de la agitación popular, se encontraban Juaca Bobela y Marica Andallón. De hecho, Fermín Canella contaba en su obra Memorias asturianas del año ocho, que Juaca Bobela fue «de las primeras que concurrieron con estudiantes, armeros y gentes de todas clases a la plazuela de la Catedral, frente a la casa de Dorado-Riaño, donde entonces se hallaba Correos» . La notoriedad que alcanzaron aquél día se hace más clara si tenemos en cuenta que ambas acompañaron a Gregorio Jove al interior de la Audiencia cuando éste logró apoderarse del bando de Murat. En este sentido, el papel de Juaca Bobela fue notable: aquella noche, en las calles de Oviedo, arrancó las copias del bando que la Audiencia logró reimprimir.
Juaca Bobela asistió al rebato de campanas en la víspera del 25 de mayo de 1808, día en el cual la Junta declaró la guerra a Francia. También participó, entre los días 27 y 29 de mayo, en el desarme de las tropas enviadas para sofocar el alzamiento -Carabineros Reales y Regimiento Hibernia-, si bien la totalidad de estos contingentes se sumó a la causa asturiana. Ya durante la presencia de tropas francesas en Asturias, a partir de mayo de 1809, Juaca Bobela se vio obligada a abandonar Oviedo. Finalizada la guerra, fue recibida por Fernando VII, otorgándosele una pensión vitalicia.
Marica Andallón (apodo que se debía al pueblo de Las Regueras del que su familia era originaria) participó también en los preparativos del levantamiento del 25 de mayo de 1808. Tuvo un papel importante el 19 de junio, al intervenir para evitar que una multitud fusilase a varios afrancesados, entre los que se contaban los consejeros José Antonio Mon y Velarde y Juan Meléndez Valdés; y los militares Carlos FitzGerald, Juan Crisóstomo de La Llave y Manuel Ladrón de Guevara. Puede que influyese en su actitud el haber trabajado como sirvienta para una familia española en París y Burdeos, periodo durante el cual adquirió cierto conocimiento de francés. Ello le fue de utilidad, durante las invasiones francesas de Asturias, para mantener contacto con los soldados y oficiales enemigos. Otros hechos que se le atribuyen es el de formar parte de una asociación de caridad para atender a los heridos; ocultar a varios vecinos y, según se dice, defender en varias ocasiones a las muchachas acogidas en el Hospicio de las vejaciones de las tropas francesas. Con ciertas dificultades, acabó reconociéndose su labor y recibió una pensión por los "servicios hechos a la patria en 1808, 1809 y 1810".
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