jueves, 14 de julio de 2011

Bobes: La leyenda continúa (II)

El ejército de los llaneros

No permanecería mucho tiempo Tomás Bobes en su mazmorra de Calabozo. Un amigo, el indio Reyes Vargas, que mantenía ciertas relaciones con los insurgentes, mediante un soborno adecuado a los que lo vigilaban, logra sacarlo de su encierro y ayudarlo para que en medio de la noche huya a Los Llanos donde encontraría refugio. Es precisamente allí, en aquellas enormes extensiones donde viven los llaneros, donde crían reses salvajes, caballos y mulas el lugar donde había llevado a cabo numerosas transacciones, forjando su fama de hombre serio, justo en el trato y amigo de sus amigos. Era ya entonces el hombre a caballo que sería el resto de su vida, “El Taita” (del latín Tata), jefe o padre de todos ellos y por tanto objeto de su respeto.

Estas sabanas enormes como mares de hierba, llanas como la palma de la mano, están conformadas por cuatro zonas fundamentales: Cumaná y Barcelona, Carabobo y Salinas. La de los ríos Orinoco y Caura, además de la gran llanura del Guárico y del Apure alto y Bajo. Son la friolera de nueve mil leguas cuadradas. En ellas crecen el saman, una mimosa gigante que tanto le recordaba a Bobes las de su tierra, el merecure (liana), el calabacero y el árbol de la leche entre los más significativos. Allí viven también especies como la tortuga, el galápago, el caimán, la vaca marina, diversas variedades de monos, y cómo no el león de Los Llanos o puma.

En cuanto al llanero, podemos afirmar que es un hombre peculiar, como compañera la soledad de las inmensas extensiones, como socio fiel su caballo y las manadas que allí están a su disposición, como compensación su sentido de lo poético, su valentía y su nobleza para quien se la merezca. Vive a caballo, viaja a caballo y si es preciso duerme a caballo. En la mano siempre el astil largo y recio que remata una hoja de acero afilada: la lanza que le sirve de arma, de instrumento necesario para protegerse y proteger los hatos que cuida de los depredadores naturales que puedan amenazarlos. Es un hombre sencillo, que masca tabaco, que gusta del café tinto y sobre todo de la libertad. Se cubre con sombrero alón, camisa de lino, poncho para el frío y pantalón largo y abierto en la pantorrilla en forma de “uña de pavo”. Las espuelas y las botas son para los más afortunados. Así no es difícil comprender una de las estrofas de sus canciones populares: Sobre la paja, la palma; / sobre la palma, los cielos; / sobre mi caballo, yo, / y sobre mí, mi sombrero.

Es allí donde llega Bobes, el Taita Bobes, en busca de refugio y ayuda. Detrás han quedado sus propiedades en Calabozo convertidas en humo. Su pulquería arrasada, sus almacenes saqueados y luego incendiados y su ganado en la villa requisado para mayor gloria de los rebeldes independentistas. No tarda en reclutar sin esfuerzo mil jinetes de éstos, con los que inicia el regreso a la villa de Calabozo dispuesto a cobrarse cumplidamente las afrentas sufridas. Al frente de esos lanceros a los que poco ha tenido que argumentarles, ya que su causa era la causa de ellos, y sin pedir explicaciones cabalgan tras su ídolo decididos a seguirle hasta el mismo infierno, los conduce hacia el primer combate sin darse cuenta quizá, de que son el embrión de terrible e imparable ejército llanero que vendría después. De ellos dijo con tino Madariaga: “Hombres de la tierra todavía en fase pastoral de la cultura, injertos del tallo español en la raíz india, formando con sus caballos un solo ser en armonía perfecta”. Y sin vacilar, capitaneados por su jefe natural, toman la villa pasando a cuchillo o a lanzazos a la guarnición independentista. Sólo queda un pesar en el ánimo de Tomás Bobes, y es que el “miserable” de Escalona, el hombre que lo abofeteó, ha escapado cobardemente con el resto de su maltrecha fuerza.

Se acababa el año, el Taita Bobes era ya el capitán del destacamento de Calabozo tras ser nombrado para este cargo por el realista Antoñanzas, y Bolívar con los primeros días de 1813 amenaza Caracas. Va a comenzar una cruenta contienda, que se conocerá por deseo de los independentistas que así la bautizaron, como “la guerra a muerte”. Al capitán general de Venezuela, Cagigal, no le pasa desapercibido el gran potencial que suponen las huestes de Bobes y toma contacto con el ya comandante militar de la plaza de Calabozo. Dicen de él que era un militar profesional, por tanto suponemos que metódico y reflexivo, a quien la decisión, la astucia y la movilidad de los escuadrones llaneros le producen verdadero asombro. Bobes mantiene desde el primer instante un férreo control de la villa y del espacio geográfico que le es natural. Ningún contingente enemigo que ose adentrarse en un territorio que considera suyo, vuelve incólume al lugar de donde ha salido. Los que no son diezmados o aniquilados en su totalidad, son asimilados si lo aceptan - rara vez aceptan - a sus propias huestes. Los que se resisten, caerán bajo el vendaval que los llaneros desatan a su paso, y podrán contemplar la destrucción, la venganza, los saqueos y la desolación que dejan las unidades del Taita entre quienes se le resisten.

Las primeras campañas

La lucha, llegado este momento, se ha endurecido como era de esperar, Venezuela arde y combate en todos los frentes posible y, desde luego en Los Llanos donde el Taita ha nutrido bien sus fuerzas de nuevos contingentes, en los que figuran los pardos, los indios, los zambos y los mulatos que quieran adherírsele. En resumen, los más desfavorecidos, precisamente aquellos que los criollos despreciaban y consideraban la escoria necesaria aunque desdeñable. Bobes les enseñará a sentirse fuertes y libres como nunca lo habían sido antes. Ahora forman un grupo cohesionado que lucha bajo los mismos ideales y la misma bandera, son por tanto, pieza clave en el inmenso juego mortal que acaba de comenzar. Bolívar es derrotado en Puerto Cabello en agosto de 1813, Bobes derrota a las fuerzas independentistas en Santa María de Iripe. Oriente es de Bobes y Occidente de Yáñez. Ya no forman escuadrones solamente, ahora constituyen regimientos de una poderosa fuerza de caballería, desde luego la más motivada y combativa la que manda directamente Bobes desde Calabozo. Y es lícito comenzar a hablar de destrucción, de crueldad y de muerte. El asturiano Bobes es confirmado en su mando y nombrado comandante general del Ejército de Barlovento. Queda por tanto un poco lejos la leyenda que asegura que las primeras lanzas se forjaron a partir de unas verjas de hierro.

Vienen a sumársele nuevos refuerzos desde Los Llanos y con ellos llega un compañero de Calabozo, canario y comerciante como él mismo, que será desde ese momento su lugarteniente más fiel. Se trata de José Tomás Morales, a quien la leyenda atribuye fama de cruel y desmesurado a veces en la represión. Dice esa leyenda también que fue Morales quien introdujo la costumbre de cercenar las orejas a los enemigos caídos, para cosérselas después en la cinta del sombrero a modo de escarapela horrible o trofeo sangriento. Fuera Morales o no, la verdad es es que esta costumbre y otras parecidas se extendieron en los usos llaneros como broma cruel. El caso es, que entre las canciones que aquellos bravos jinetes cantaban en sus descansos nocturnos a la luz de las hogueras, una de ellas decía: Entre Bobes y Morales / la diferencia nos es más / que uno es Tomás José / y el otro José Tomás.

Todo fue consecuencia de un comunicado hecho público por Nicolás Briceño, en los primeros días del mes de enero en el que decía sin recato: “Como esta guerra se dirige en su primero y principal fin a destruir en Venezuela la raza maldita de los españoles europeos, en que van incluso los isleños (canarios), quedan, por consiguiente excluidos de ser admitidos en la expedición, por patriotas y buenos que parezcan, puesto que no debe quedar ni uno vivo…” Éste era el comienzo del famoso manifiesto de la “guerra a muerte”

Tanto el Taita Bobes como Morales y el resto de sus lugartenientes, al mando cada uno de una unidad, combatían en primera fila y encabezaban las cargas de caballería e infantería que caían sobre el enemigo como un vendaval de muerte y destrucción. 1813 fue un año de combates, avances y retrocesos tanto para insurgentes como para los realistas. Ya no era Calabozo el centro de operaciones, la inmensidad de Venezuela reclamaba en otros lugares el protagonismo de los enfrentamientos de ambos bandos. Bolívar había entrado triunfante en Caracas en el mes de agosto, pocos días después, en un lugar llamado Santa Catalina, Bobes ataca con sus fuerzas apenas con las primeras luces del alba. Agrupando a su caballería tras un primer desconcierto y ya herido de un sablazo, logra la victoria y ordena pasar por las armas a todos los prisioneros. El resto, al mando del oficial Padrón huyen en dirección a Calabozo donde suponían contarían con refuerzos. Dos horas más tarde el mismo Bobes llega a Calabozo donde hace prisioneros a los fugitivos, con la lógica consecuencia de nuevos fusilamientos y la ejecución inmediata de todos los oficiales. Tras este hecho de armas, tuvo lugar una nueva batalla en Mosquiteros, de la que Bobes extrajo la certeza de que el enemigo, aunque fuera mandado por el rebelde Campo Elías, era presa fácil de sus tácticas y de sus veloces marchas. Fue el primer error de cálculo del Taita, pues tras horas de violentos encuentros, de escuadrones deshechos en el campo, de cargas incesantes contra los cuadros de infantes, las tropas de Bobes sufrían una derrota sonora, la primera de su campaña. Volvieron a Calabozo a lamerse las heridas y en busca de la reorganización necesaria, que pasaba por la incorporación de nuevos refuerzos.

Lo que desconocían era la circunstancia de que un comisionado de Campo Elías, el oficial Aldao, había tomado la villa y deseoso de acabar con el ejército llanero, había abandonado la protección de ésta para salir a su encuentro en el paso de San Marcos en el río Guárico. Fue su error personal, Bobes todavía al mando de una unidad potente de caballería, cargó contra Aldao que trató de oponer simplemente su infantería. La venganza del Taita había encontrado el lugar para ser llevada satisfecha. Los alancearon sin piedad, destrozaron sus filas y, con pocas bajas propias lograron humillar al enemigo. Aldao fue decapitado allí mismo y su cabeza llevada a Calabozo para ser expuesta en el extremo de una pica en la plaza principal. El macabro trofeo permaneció en ese lugar bastante tiempo, aunque suponemos que no en tan malas condiciones como pudieran imaginarse, ya que, meses después se la envió a San Fernando de Apure en cuya plaza estuvo a la vista de todos hasta el año de 1818 (cinco años más tarde). Casualmente, fue el ya entonces ascendido a general José Antonio Páez, quien había combatido a las ordenes del Taita Bobes, quien la hizo enterrar mientras se le rindieron solemnes honores militares.

Con esta victoria, Bobes logra reforzar notablemente su ejército con todo el material capturado al enemigo, rehaciendo así de nuevo sus filas y conservando Calabozo como su feudo y base de operaciones. El irreductible asturiano, que habría de demostrarlo bastantes veces más, contaba ahora con unas fuerzas temibles. Sólo habían transcurrido siete semanas desde la derrota frente a Campo Elías y en ese tiempo brevísimo, el comandante del Ejército de Barlovento miraba hacia las llanuras como tierras de su exclusiva propiedad. Porque teniendo en cuenta que el espíritu realista de Bobes era más bien escaso, que su único afán ya metido en la guerra como caudillo militar era ganarla, poco le importaba que en realidad el Rey de España fuera el destinatario de todo aquello. Bobes era el único rey en aquel momento de todo el territorio que alcanzaba su vista y su largo brazo ejecutor. Este momento histórico ponía de manifiesto un hecho innegable, que ahora quedarían frente a frente los dos principales personajes de esta contienda: el hombre sereno e incansable que era Bolívar, frente al caudillo arrollador e impulsivo capaz de simular una efímera derrota en un momento determinado, con la que atraer a su enemigo, para aniquilarlo en la última y más feroz carga de sus regimientos.





Gerardo Lombardero

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