miércoles, 2 de diciembre de 2015

GABRIELE D´ANNUNZIO

No sé. No pregunto. No indago la sombra.
Nada hacia acá, nada hacia allá del velo.
La mentira es la concubina del olvido.
En el atrio del templo está el comercio del dios.
Toda plegaria es medio óbolo de cielo.
Tumbado sobre mi lecho vilipendiado,
figura de bajísimo relieve,
ocupo la tumba sin tapa.
Ningún asceta en el fondo de su desierto
supo enflaquecer nunca como yo
supe enflaquecer. No tengo tapa alguna:
ni la cera para los cabos. No peso
en los brazos de los que, aunque dignos
de mí, no llorarán. Heme aquí ileso
entre el alba primera y la no primera muerte.
Así como el odio y el amor del destino,
siento desprecio por el pasado y el porvenir.
Si entre el odio y el amor del destino,
yo sin fe vivo y sin temor,
“pulvis et umbra”, polvo, no sombra,
sequedad que da y que no mengua,
¿por qué es para mí el alba imagen de muerte?
¿la una y la otra son para mí arte del cielo?
¿Y es medida por ambas mi frente?
El sueño extremo me consagra a Delos;
es el estatuario de mi perfección.
Ni vena de Carrara, ni de Paros;
ni alabastro ni cristal de roca:
una substancia de viviente hielo.
El alba huye de mi mito antelucano.
Aunque recuerdo aquel istmo arcano,
sin pentathlon y sin agonotetis,
sin la numerosa oda y la oliva
humilladas al jugador de lucha,
donde yo sólo me cantaré a mí mismo, invicto.
Gabriele D'Annunzio.

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