domingo, 21 de mayo de 2017

EL ÚLTIMO SAMURAI


Estoy saludable en cuerpo y mente, y lleno de amor por mi esposa e hijos. Amo la vida y no espero nada más allá, si no perpetuar mi raza e ideas. Sin embargo, en el ocaso de mi vida, encarando enormes peligros a mi patria francesa y europea, siento el deber de actuar mientras aún tengo fuerzas. Creo que es necesario sacrificarme para romper con el letargo que nos azota. Daré lo que me queda de vida para protestar. Elegí un lugar altamente simbólico, la Catedral de Nuestra Señora de París, la cual respeto y admiro: ella fue construida por el genio de mis ancestros en el sitio de cultos aún más antiguos, recordando nuestros orígenes inmemoriales.
Mientras muchos hombres son esclavos de sus vidas, mi gesto personifica una ética de voluntad. Me entrego a la muerte para despertar conciencias dormidas. Me rebelo contra el destino. Protesto contra los venenos del alma y los deseos de individuos invasores de destruir las anclas de nuestra identidad, incluyendo la familia, la base íntima de nuestra milenaria civilización. Mientras defiendo la identidad de todas las personas en sus hogares, me rebelo también contra el crimen de la sustitución de nuestro pueblo.
El discurso dominante no puede dejar atrás sus tóxicas ambigüedades, y los Europeos deben cargar con las consecuencias. Falta una religión identitaria que nos una, compartimos una memoria en común que se remonta a Homero, un repositorio de todos los valores en los cuales nuestro futuro renacer será fundado una vez que rompamos con la metafísica de lo ilimitado, la funesta fuente de todos los excesos modernos.
Pido disculpas de antemano a quienes sufrirán por mi muerte, primero y por sobre todo a mi esposa, mis hijos y mis nietos, así como a mis amigos y seguidores. Pero una vez que el dolor y el shock se vayan, no dudo que ellos comprenderán el significado de mi gesta y transcenderán su dolor con orgullo.


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