miércoles, 20 de octubre de 2010
LA ARCADIA HISPANA
Et in Arcadia ego. ¡Yo también nací y viví en Arcadia! Así comienza Don Armando Palacio Valdés la gran obra que dedicó a Asturias, La aldea perdida.
Siguiendo el río Nalón arriba a través del valle minero de Langreo, llegaremos a la bonita villa de Pola de Laviana. A su salida, cruzaremos el Nalón por el puente de la Chalana y entraremos en la aldea de Entralgo, cuna del escritor Don Armando Palacio Valdés. Sí, estamos en La Aldea Perdida.
Siendo ya muy anciano Don Armando, cansado de críticas injustificadas y desengaños, dejó volar por última vez su alma hacia su Asturias natal, dedicándole la que fue su última novela, La Aldea Perdida. Gran amante de la cultura griega, narra en su novela un drama terrible ocurrido en su niñez y que él reviste de los tintes heroicos del helenismo clásico, mientras cuenta cómo su Arcadia feliz es devastada por la llegada del ferrocarril y de la minas. Allí donde el carbonero Nalón vuelve sus aguas más limpias y cristalinas, donde su cauce se eleva hacia las montañas de Caso y del puerto de Tarna, encontraréis un hermoso mundo de bosques de robles y de castaños, de pumaradas y de siempre fértiles avellanos, que dejan caer sus ramas sobre el río. Allí moran la pérfida Xana, que hechiza a los jóvenes en los amaneceres de San Juan, el orgulloso Ñuberu, que descarga furiosas tormentas sobre sus enemigos, el huidizo Busgosu, señor de los bosques y enemigo de los cazadores, el travieso Trasgu y todo el sinfín de dioses de la naturaleza astur que un día convivieron con el hombre antes de que éste hiciera de la ambición y del dinero sus únicos amos.
Fue en aquellas hermosas aldeas en las cuales Don Armado viera siendo aún niño los grupos de los jóvenes de Entralgo, de Lorio, de El Condado, de Ribota. Aún podréis visitar Canzana, la aldea de la bella Demetria o la braña del heroico Nolo, dormidas como perlas al pie de la elevada y brillante Peña Mea. Sí, todo aquello terminó cuando el ferrocarril profanó sus vírgenes bosques y las minas comenzaron a destruir la tierra, embruteciendo a los hombres y abriendo las negras puertas del camino llamado progreso.
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