jueves, 21 de octubre de 2010

VETUSTA


Fue el Rey Alfonso II el Casto el que trasladó la corte de los primeros reyes de Asturias de Cangas de Onís a Oviedo, y ningún monarca astur se verá tan envuelto en tradiciones mágicas y hechos milagrosos.
Sobre los restos de su antiguo palacio se construyó la actual catedral, y en su Cámara Santa podéis ver -aunque tan retocados y restaurados que ignoro lo que quedará del original- parte de las más sagradas reliquias del patrimonio asturiano. Allí está, recubierta de plata, el Arca Santa . La Cruz de la Victoria, antigua cruz de roble -¡siempre el roble!- que blandió Don Pelayo tras su victoria en Covadonga. La Cruz de los Ángeles, que según la tradición fue construida por dos ángeles que disfrazados de alquimistas se encierran varias semanas en un recinto del que salían rayos y truenos, y donde parecía trabajar un incansable ejército de gnomos. Tras un largo silencio, se encontró una magnífica cruz de oro que los desaparecidos ángeles dejaron como regalo al rey.



Pero dejemos las reliquias y pongamos rumbo al monte sagrado de la ciudad: el Naranco. Allí, los reyes astur-leoneses edificaron gran cantidad de templos, de los cuales hoy sólo quedan las dos joyas del prerrománico asturiano que son Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo.




El Campo de San Francisco, verdadero pulmón verde de la ciudad. Porque por Oviedo también pasó Francisco de Asís en su camino hacia tierras compostelanas, fundando allí un monasterio cuyo huerto fue llamado Campo de San Francisco en honor al santo.

Al pasar por la calle Uría, cuidad de no pisar una gran placa en el suelo, que recuerda que allí estuvo plantado el Árbol Sagrado de la ciudad: Un gigantesco roble que dio a los ovetenses el nombre de carbayones, y que la iniquidad del mundo moderno ha talado para sustituirlo por la estética del asfalto y el hormigón.




Entre el silencio y la bruma que cubren la plaza de la catedral y la Escandalera, aún resonarán en vuestros oídos las voces de la Regenta y de Don Fermín, de Don Álvaro y del mundo perdido de la antigua Vetusta. Y si sois afortunados, podréis ver aún el viejo espectro de Clarín paseando solitario por la plaza de la catedral, con su gran paraguas negro para protegerse de esa fina lluvia , el orbayu, con los pies andando sobre la tierra, pero con el alma perdida .

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