miércoles, 22 de septiembre de 2010

Bajo el Síndrome de Estocolmo



La globalización cultural, política y económica forma grilletes de los cuales es difícil zafarse para muchos pueblos. El liberalismo seguirá produciendo atrocidades hasta su defunción con la complicidad que habita entre nosotros: la moral del esclavo, la tolerancia, la resignación y el bostezo acabará emergiendo como conducta innata en una humanidad secuestrada carente de voluntad.

Vivimos en un mundo en ruinas, en unas circunstancias tan confusas, no es extraño que en determinados momentos perdamos nuestro sentido de la orientación y tengamos dificultades en distinguir lo verdadero de lo falso, el mal del bien, lo justo de lo injusto.

Argumentos y teorías diseñadas por un nutrido grupo de controladores sociales, parecen ser suficientes para diluir a diario nuestro profundo malestar. El sentimiento de falso éxtasis que produce en el hombre de este siglo saborear un consumo esquizofrénico, es tan fuerte que ha llegado a crear dependencia emocional y psicológica. El terror que provoca, sólo imaginar que todo ello podría ser efímero, paraliza cualquier posicionamiento crítico. El individualismo extremo nos empuja a una cultura ultra-hedonista, convirtiendo a millones de seres en solitarios caminantes, transformados por la sugestión de modernos sistemas de propaganda, en autómatas irreflexivos.

Gran parte de la humanidad ha sucumbido a las evoluciones psicológicas de un secuestro: la inversión del vínculo existente entre el secuestrado y el secuestrador. El secuestrado pasa de ser víctima a ser defensor fanático de la ideología del secuestrador, mediante un mecanismo de identificación con el agresor, es el llamado Síndrome de Estocolmo.

Iniciado este proceso, el sujeto secuestrado se convierte en insospechado ideólogo predicador de las teorías del secuestrador. La sociedad deja de creer en sí misma, renunciando a escribir su propia y legítima historia. La inercia como moral de supervivencia se ha convertido, como la sífilis, en una enfermedad contagiosa.

Los modernos sistemas totalitarios que se nos presentan con apariencia de democracia, están dirigidos por élites más o menos invisibles que poseen a su alcance una infinita y sofisticada red de instrumentos de persuasión y control. Esta nueva élite plutocrática internacionalista gestiona para su propio beneficio la cultura, la política y la economía global.

Respetando pues, la legalidad institucional mundialista, estaremos renunciando a cualquier cambio fecundo, quien sigue las reglas del enemigo no vence jamás. Si no somos capaces de convertirnos en verdaderos militantes capaces de combatir con total decisión las formas de una civilización decadente, estaremos condenando nuestras vidas a una esterilidad permanente.

Todavía hoy no se ha forjado cadena que no pueda romperse. Cuando una Nación como la española, una Patria como la europea, herida de muerte por los numerosos navajazos asestados por una casta política sin coraje, aplaudida unas horas cada cuatro años y criticada los cuatro años siguientes, pero con un pulso marcado por los políticos secuestradores que conducen al Pueblo hacia una tendencia suicida y criminal a derecha e izquierda, por anti-nacional y por anti-social, sólo queda volver a confiar en esos jóvenes y no tan jóvenes pero con la experiencia de esta lucha, que durante años y a salvo de miradas indiscretas, han afilado sus espadas para el preciso momento histórico. Avancemos pues, bajo nuevas banderas y acordes, pero sin renunciar, ni ocultar nuestros Principios.

Jorge Garrido

(Asturias)

1 comentario:

  1. Falta aquí una referencia a que dicha élite plutocrática es hebrea, es un dato importante.

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