La última ocurrencia de la banda zapaterina en su facción gilifeminista ha sido la de reformar el Registro Civil para cargarse la prevalencia paterna en los apellidos. También se suprime el Libro de Familia. A este paso, una vez desarraigados convenientemente, acabarán designándonos por un número.
Ante estas manipulaciones perversas siempre queda la duda de si esta fauna sectaria actúa movida por el resentimiento demagógico o por la simple estupidez malsana.
Si creyéramos en las teorías de ese obseso sexual llamado Freud, cabría sospechar algún tipo de abuso en la infancia de estos patéticos especímenes como origen de su odio hacia la familia.
Sea como fuere, en el rebaño progrefeminista hay una compulsión enfermiza por destruir todo lo que remotamente huela a tradición, raíces o simple decencia. La secta demoliberal se emplea a fondo cuando se trata de promover entre los menores el aborto, la homosexualidad, la promiscuidad o el desprecio a la propia Historia. Incluso pretenden regular los juegos de los escolares en el recreo. Todo esto obedece a la misma estrategia: la alienación como herramienta de control social.
Despojados de cualquier sentimiento nacional, salvo el de los mezquinos nacionalismos aldeanos del separatismo, y sin poder reivindicar la pertenencia a una raza so pena de ser anatemizados como racistas (en la dogmática progreliberal, sólo los judíos, los negros o los indios tienen derecho a reivindicar con orgullo su raza), el último referente de nuestra identidad, el de pertenecer a una familia y a una estirpe, es también erradicado por los inquisidores de la nueva ortodoxia.
Si a esta falta de referencias identitarias sumamos el progresivo descenso del nivel cultural mediante planes de estudio cada vez más mediocres, tenemos el perfecto modelo de sociedad globalizada: un rebaño de dóciles mestizos, carne de cañón para nutrir de mano de obra barata a las grandes multinacionales que deciden hasta el detalle más nimio de nuestras vidas. Desde la ropa que debemos vestir a la música que debemos oir. Desde los libros que debemos leer, a los partidos que hemos de votar. Todo en función de los intereses de los bilderbergs, logias o sanedrines de turno.
Al final, saber quién es nuestro padre se acabará convirtiendo en otro estigma como el ser blanco, español y heterosexual. Esta reforma del Registro Civil pone de manifiesto lo que ya sabíamos: la papanatocracia parlamentaria está hecha por y para hijos de puta.
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