lunes, 22 de noviembre de 2010


Vayan, mis canciones, a los solitarios e insatisfechos.

Vayan también a los angustiados, a los complacientes,

que muestren mi desprecio por sus opresores.

Vayan como grandes olas de agua fría,

que muestren mi desprecio por sus opresores.

Que hablen en contra de la opresión inconsciente,

que hablen en contra de la tiranía de los que no poseen imaginación.

Que hablen en contra de las ataduras.

Vayan a la burguesa que se pudre de hastío,

vayan a la mujer de los suburbios.

Vayan a los infelizmente casados,

vayan a todos aquellos que encubren su fracaso,

vayan a las parejas malogradas,

vayan a la esposa que se vende,

vayan a la mujer impuesta.

Vayan a quienes padecen de lujuria,

vayan a todos aquellos insatisfechos en sus delicados deseos,

vayan como una plaga sobre la somnolencia del mundo;

que empuñen el filo contra todo esto,

que fortalezcan las sutiles cuerdas,

que lleven confianza hasta las algas y tentáculos del alma.

Que vayan amistosamente,

con palabras sinceras.

Que anhelen encontrar nuevos males y un nuevo bien,

que estén en contra de todas las formas de opresión.

Vayan a aquellos cuya madurez los ha apagado,

a los que han perdido el interés.

Que vayan al adolescente ahogado por la familia-

¡Ah, qué terrible es

ver reunidas a tres generaciones bajo un mismo techo!

Es como un árbol viejo con brotes

y ramas que pútridas caen.

Que salgan y desafíen convenciones,

rebelándose contra la vegetal esclavitud de la sangre.

Que vayan en contra de todas las formas de amortización.

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